Lo singular del suelo

Lo singular del suelo

El suelo
motor de vida

En un mundo cada vez más interesado y preocupado por el medio ambiente, la salud y los alimentos, es fundamental replantear nuestra relación con la tierra y encontrar formas de aprovechar sus recursos de manera consciente. En este contexto, los jardines comestibles se presentan como una alternativa prometedora, ya que nos permiten gozar de una alimentación saludable y sostenible directamente desde nuestra propia casa, sosteniendo además una estética planteada con ciertas especies perennes entre algunas para consumo personal. Imaginate salir al jardín y disfrutar no solo de la biodiversidad y la vista que te propone, sino, además, de cosechar hojas verdes frescas para la ensalada, recolectar hierbas aromáticas para las infusiones e incluso deleitarte con flores y frutos cultivados de manera orgánica. Esto es posible gracias a la creciente tendencia de promover las huertas urbanas y al conocimiento que, de a poco, vamos adquiriendo sobre la amplia variedad de especies disponibles para cada suelo y clima. Desde árboles frutales –como manzanos, perales e incluso higueras contra una pared– hasta hierbas –como romero y lavanda– como parte de la estética del espacio y de tu plato, los jardines comestibles nos ofrecen la oportunidad de conectarnos con la naturaleza de una manera muy especial y súper creativa.

Uno de los beneficios o impactos positivos más destacados de estos jardines intervenidos con alimentos es su capacidad para reducir su desperdicio. ¿De qué manera? Tres, principalmente:
1. Al cultivar nuestras propias plantas, tenemos un mayor control sobre cuánto cosechamos y consumimos, evitando así la compra excesiva y el
desperdicio innecesario.
2. Contamos con seguridad alimentaria y eso nos permite la valoración de cada parte de la planta, desde la raíz hasta la flor.
3. Mediante técnicas de compostaje, podemos aprovechar los restos orgánicos para enriquecer nuestra tierra y, así, crear un ciclo sostenible de
nutrientes.

Además, al reducir el desperdicio de alimentos estamos colaborando con la disminución de los índices de hambre y con la concientización sobre el tema. Pero no se trata de consumir solo los alimentos que producimos, sino también de apreciar la diversidad y la belleza que estos jardines ofrecen. Las flores comestibles, como las violetas y las caléndulas, agregan un toque de color a nuestros platos, pero además nos permiten explorar nuevos sabores y texturas. Del mismo modo, los ajos conviven entre las stipas, y cualquier frutal puede tener en su base plantación de jengibre y un taco de reina como mata y protectora de su salud.

Como chef sustentable y promotora de una cocina sin desperdicio, mi objetivo es aprovechar al máximo los recursos naturales que la tierra nos ofrece. Cada ingrediente de mi propio jardín (las hojas verdes, las flores, los frutos, las hierbas salvajes) encuentra su lugar en mis preparaciones culinarias, para promover así una mayor sostenibilidad y respeto por el medio ambiente. En mis canteros hay buxus con borrajas, repollos
y ajos. En la huerta hay linos y salvias para atraer biodiversidad, quinotos con cúrcuma a sus pies y una mata de frambuesas cerca de los naranjos para proteger la poca cantidad de agua que reciben. Un cantero con bananos y ortigas abajo que, no solo protegen la ventana de mi cocina del sol en exceso, sino que este año dieron las primeras bananas. Una higuera rodeada de repollos y el compost rodeado por macetas tipo jardineras con lechugas y otra higuera en maceta. La huerta está plantada sobre el techo de mi cocina. Es una forma de protegerla, darle un mejor ambiente y recibir su protección, ya que los techos verdes reducen el impacto del calentamiento ambiental.

El contacto con la naturaleza, el cuidado de las plantas y la sensación de autonomía al cultivar nuestros propios alimentos nos acerca a los ciclos naturales de la vida. Alimentarse de lo que la tierra nos da se convierte en un acto de gratitud y de amor. También tienen un impacto positivo en la salud. Los jardines comestibles nos invitan a repensar nuestra relación con la tierra, a valorarla como generadora y promotora del bienestar. La tierra es un recurso invaluable que deberíamos proteger para las generaciones futuras.